Es el sacramento mediante el cual un sacerdote signa con óleo sagrado a un fiel por estar enfermo, en peligro de muerte o simplemente por su edad avanzada. Con esta acción le es concedida una gracia especial y eficaz para reconfortarlo ante la dificultad de su enfermedad, o para prepararlo al encuentro con Dios, renovando su confianza y fe en él, y fortaleciendo su propia alma para que sea capaz de vencer las tentaciones de desaliento y angustia.
De acuerdo con el Evangelio de San Marcos (6:13) Jesucristo instituyó este sacramento entre sus discípulos, a quienes mandó a predicar y a ungir con aceite a los enfermos para curarles.
Hasta el Concilia Vaticano II, a este sacramento se lo conocía con el nombre de extremaunción, puesto que sólo se lo administraba ante la inminencia de la muerte. El cambio de sentido impuesto al sacramento por el Concilio responde a la necesidad e importancia de asistir a los enfermos para que el Espíritu Santo los acompañe y reconforte, de conformidad con el mandato de Jesucristo.
El óleo utilizado en este rito es conocido como óleo de los enfermos, y es bendecido cada año por el obispo en la misa crismal celebrada el Jueves Santo por la mañana. En el rito central del sacramento de la unción de los enfermos, el presbítero traza con el aceite bendecido la señal de la cruz en la frente y en cada una de las manos del enfermo, al tiempo que pronuncia las siguientes palabras: “Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.
Con la unción de los enfermos se recibe:
- Un don particular del Espíritu Santo. La primera gracia es de consuelo, paz y ánimo para vencer las dificultades propias de la enfermedad o la fragilidad de la vejez. Es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, como el desaliento y la desesperación.
- El perdón de los pecados. Se requiere además el arrepentimiento y confesión de la persona que recibe el sacramento.
- La unión a la Pasión de Cristo. Se recibe la fuerza y el don para unirse con Cristo en su Pasión y alcanzar los frutos redentores del Salvador.
- Una gracia para la Iglesia. Los enfermos que reciben este sacramento, uniéndose libremente a la Pasión y Muerte de Jesús, contribuyen al bien del Pueblo de Dios y a su santificación.
- Una preparación para el paso a la vida eterna. Este sacramento acaba por conformarnos con la muerte y resurrección de Cristo como el bautismo había comenzado a hacerlo. La Unción del Bautismo sella en nosotros la vida nueva, la de la Confirmación nos fortalece para el combate de la vida. Esta última unción ofrece un escudo para defenderse de los últimos combates y entrar en la Casa del Padre. Se ofrece a los que están próximos a morir, junto con la Eucaristía como un «viático» para el último viaje del hombre.
Quien recibe el sacramento debe estar bautizado y tener uso de razón, motivo por la cual no se le administra a niños menores de siete años. Además, debe tener la intención de recibirlo y manifestarla. Cuando enfermo ya no posee la facultad para expresarlo, pero mientras estuvo en pleno uso de razón lo manifestó aunque fuera de manera implícita o a través de su práctica cristiana, sí se puede administrar. En caso de duda se administra “bajo condición” y su eficacia estará sujeta a las disposiciones del sujeto.
La asistencia del Espíritu Santo tiene como objeto conducir al enfermo hacia la curación del alma, pero si es la voluntad de Dios, también puede recuperar la salud corporal.